lunes, setiembre 08, 2008

De gustos y colores

Me gusta levantarme tarde, me gusta dormir bastante, como si no me esperara nada ni nadie; hago que cada minuto de sueño sea como un par de horas tirado en un jardín bajo una sombrilla que me proteja de los violentos rayos solares. Me gusta sentir el viento en la cara, me gusta la frescura de los días de primavera y me gusta el gélido frío del gris invierno. Me gusta sentirme bien, vestir lo que yo quiero; me gustan mis zapatillas negras, mi chompa crema con rayas multicolores, me gustan mis medias sin elástico y mis polos agujereados, me gustan mis pulseras viejas, nuevas, coloridas y monócromas, me gusta mi reloj, gastado por el tiempo, y me gusta mi collar, que casi nunca combina con la ropa que llevo.

Me gusta sentarme al frente de una ventana a mirar la calle, ver los autos, micros, combis, colectivos y demás transitar por las pistas, ver a las personas caminando y a la vez hablando, discutiendo, gritando o recordando añejos recuerdos que guardan en su memoria y que las hacen sonreir, o sonrojarse, o enojar. Me gusta ver al bodeguero de al frente abriendo la reja de su tienda a las diez de la mañana y renegando con sus clientes, me gusta verlo sentado sin vender un solo chicle, pues en el precio de uno, van incluidas las ganancias de tres. Me gusta subir a mi azotea e inspeccionar las obras de los constructores de avenida abajo, las obras de la municipalidad respecto a parques y jardines, que no son más que astutas tácticas para cobrar más impuestos, pero que, al fin y al cabo, embellecerán la ciudad ante los ojos de los foráneos y de nosotros mismos.



Me gusta jugar con mi perro por las tardes, pretender que soy un excelente jugador de fútbol que hace maravillas con un balón hecho de trapos, y que él es un defensor rabioso, dispuesto a matar por defender su portería; me gusta comer galletas de soda delante de él y ver cómo es que aquella maravillosa criatura recuerda que debe sentarse y estirar la pata en señal de que quiere disfrutar también de ese pequeño refrigerio; me gusta hablarle y compartir mis secretos con él, me gusta escucharle también, y también me gusta que le guste mirar la obra desde la azotea conmigo.



Me gusta mirar el cielo a toda hora, distinguir los cambios que sufre con el transcurso del día, cada tonalidad que aparece mientras el astro sol atraviesa el enorme firmamento y cómo lentamente aparece la madre de las mareas en aquel lienzo celeste que espera a que sobre él se de inicio al espectáculo de las estrellas, cada una de ellas vibrando con energía y luchando por ser la más reconocida. Me gusta imaginarme en un paraje solitario observando cada detalle del cielo al anochecer, y escribiendo con pluma sobre un pergamino las emociones que me hace sentir encontrarme bajo un tesoro inalcanzable, capaz de de hacer sentir al más frígido, y capaz de distraer al más concentrado.


Me gusta también hablar de manera sencilla, y a veces hasta inventada; me gusta hablar de comida, y por qué no de que me gusta el arroz chaufa, con su pólvora al costado; de que me gusta el limón en casi todos los platos, que me gusta la papa rellena sin aceituna, ni cebolla china, ni pasas en su interior, que me gusta el lomo saltado sólo con carne y harto jugo, para mojar el arroz; me gusta la pizza y la lasagna, me gusta el tacu tacu montado y la sardina, me gusta la chicha y también la cebada, me gusta la carne bien condimentada y me gusta comerla a término medio, o ensangrentada, como dice mi padre. Me gusta la lechuga fresca, y me gusta que el ají pique como Dios manda, que te haga sentarte derecho y tratar de acabar con el ardor que se origina dentro de la boca con intentos poco eficaces de redireccionar el aire con el movimiento de la mano; me gusta la leche de tigre, y me gusta el arroz con mariscos, y, dicho sea de paso, me gusta que no le pongan los mismos.

Me gusta observar mi batería, y recrear en mi mente las cosas que haría en ella si el destino me lo permitiera, me gusta practicar todo el día, hasta que una llamada de atención rompa la burbuja en la que estaba sumergido por minutos, por horas; me gusta escuchar a buenos músicos sacándole el jugo a sus instrumentos, y haciéndolos sonar como nunca nadie hizo sonar una guitarra o un bajo, una batería o hasta una pandereta, como ellos saben hacerlo, y como nunca más sonará nada; me gusta ir a escuchar a las bandas consagradas del medio, y explotar mi mente trantando de escabuirme entre sus arreglos y desglozar esa inmarañable telaraña de música y talento.


Me gusta escuchar tocar a mis amigos y aprender lo bueno de ellos, me gusta que me digan mis errores y mis defectos, que me digan la verdad acerca de mi persona, para así poder mejorar hasta llegar al límite, donde otra vez tendría que retroalimentarme para traspasar la barrera que me contiene, y llegar hasta donde es debido.

sábado, setiembre 06, 2008

Abstracta realidad

Hoy, después de varios años, encontré tu foto. Estaba guardada en un cajón, mezclada con papeles inservibles, restos de lápices que alguna vez usé, tapas de lapicero, y algunas envolturas de caramelos que un día comí. El primer reencuentro me pareció eterno, me sumergí en una burbuja de aire en la que sólo existíamos tú y yo; tú tan inalcanzable, atractiva y con una sonrisa enorme en el rostro, como siempre; y yo tan superfluo, vergonzoso y despeinado como de costumbre.

- ¿Cómo has estado? Seguro no has cambiado mucho; tu sonrisa debe ser la misma de hace tantos años, no puede haber cambiado. Me gustan tus ojos, tan dulces y hermosos como un par de piedras preciosas trabajadas hasta la saciedad, y tu cabello en forma de ondas que se escabullen sigilosamente hasta lo profundo del alma.
Me preguntaba yo mismo, como lo hacía siempre, consciente de que no recibiría respuesta alguna; nunca lo hiciste, y nunca lo harás.


-------------------------------------------
Es curiosa la manera en que alguien, deliberadamente, se aferra a una ilusión tan abstracta y la convierte en parte de su vida diaria. Cómo es que vive cada momento como si fuera real, cómo trata de poner el más mínimo detalle en el lugar apropiado para que la historia, que viaja por sus neuronas tan rápido como lo hace un haz de luz al viajar por el aire, se lleve a cabo de la manera en la que él quiere, en la que él la ha pensado; aunque sabe que no es una realidad, la vive como tal, y eso hace que traspire, que respire con dificultad, que se alegre, que sienta tristeza, que suspire.
-------------------------------------------

Miré tu foto durante dos minutos, o dos horas, o tal vez fueron diez, no lo sé; no estaba al tanto del tiempo, sólo me importaba ese momento de reecuentro contigo; hacía mucho que no te veía, y ya casi había olvidado todo el tiempo que pasamos juntos, las largas noches de desvelo, de conversaciones casi sin fin que se veían truncadas por atentados contra nuestra privacidad o por crueles jugadas del destino, las miradas intercambiadas, las tardes mirando el cielo, las canciones que escuchábamos. Todo eso pasó por mi mente al mismo tiempo en que apreciaba tu imagen, inmerso en un mundo en el que había vivido demasiado tiempo, que me robó muchas cosas, pero que me dio otras muy valiosas que ahora me son muy útiles; pero, ¿de qué servía preguntarte tantas cosas? si nunca respondías, o siempre era yo el que respondía por ti.


Nunca llegué a imaginar que serías tan importante, que te convirtieras en mi confidente, en mi persona de confianza, que me llegara a importar tu opinión acerca de aquel pullover azul marino, de aquella camisa a cuadros que me gustaba tanto, de aquel polo del que una vez te quejaste, pues no te gustaba la combinación de colores que llevaba estampado; nunca imaginé que mi mente podía hacerte tan real, nunca imaginé que mi mente fuera tan poderosa en ese sentido, pero sucedió así, y en un periodo de mi vida estuviste bastante presente; sinceramente, te lo agradezco, pues me hiciste compañía cuando no había nadie más en quien apoyarme, y no confiaba tanto en alguien como para contarte lo que te conté, para decirte lo que te dije, cosas que tu imagen y yo nos llevaremos a la tumba y que tal vez nadie, excepto nosotros, sepa nunca.


Al final, como toda experiencia bonita, se acabó. Te fuiste, o yo me fui, no lo recuerdo, pero nos separamos, y aquella imagen que siempre iba conmigo se quedó en un cajón, debajo de cosas sin importancia, cosas que no merecían estar en ese cajón contigo. Tus palabras se esfumaron de mi cabeza, y ya no sentía la necesidad de preguntarte si te gustaba la ropa que había pesando usar ese día, si estabas de acuerdo conmigo en la desición que había tomado aquella tarde, si no te parecía absurda la nota que el profesor me había puesto en el examen, y poco a poco me fui olvidando de tu rostro, de tu sonrisa; mi mente se fue acomodando a nueva realidad, tal vez más cercana a lo real, valga la redundancia, pero me fui ajustando a ella de tal manera que no sentí el impacto de tu ausencia; hasta hoy, hasta hoy en el momento en que encontré tu foto y mi mente pasó por un proceso de reactivación increíble, tu recuerdo renació dentro de mí, y recordé todas estas cosas; mi mente empezó a trabajar en ti otra vez, y creo que ya te siento cerca, pero ya no como confidente, por que para eso tendría que pasar un buen tiempo para volver a confiar en ti como en los viejos tiempos, tal vez has cambiado, tal vez no. ¿Esta vez te quedarás?