lunes, marzo 03, 2008

... Cuando la luz oscurece

... Se apagó la luz; fue como si mi memoria se hubiese vuelto prodigiosa en ese momento, empecé a recordar cosas que tal vez pensaba no recordar, cosas que no hice, como no aprovechar la amistad en las épocas de colegio, como no disfrutar de los ratos libres con los amigos más cercanos, como conversar con otras personas, como tratar de explorar la vida e ir conociendo a gente que te enseñe cómo vivirla de la mejor manera. También recordé cosas que hice y que me arrepentí de haber hecho, cosas como rechazar a un amigo, como tratarlo mal, como no pensar en sus sentimientos, como impedir que las personas se acercaran amistosamente, cosas como guardar rencores (y admito que guardo muchos…), cosas como no valorar lo que uno tiene, pensar que las posesiones son algo que durarán para siempre, como no dar todo por un objetivo, como pensar que uno no es lo suficientemente bueno para alguien o para algo. Todas esas cosas casi inertes en mi mente, resurgieron cual fénix de sus cenizas cuando ocurrió. No veía absolutamente nada con los ojos, pero con el alma y el corazón pude ver más allá de cualquier objeto material, pude ver que en la vida hay cosas que uno no puede obviar y que tiene que llevar a cabo de una u otra forma; es cierto que al ser adolescentes somos bastante obstinados respecto a nuestras opiniones y pensamientos, siempre tenemos la razón y casi nunca queremos escuchar a los demás, principalmente cuando se trata de nuestros padres; algunos somos tercos, otros dóciles, algunos somos flojos, otros muy activos, etc., etc., pero la cuestión es que al ir viviendo más y más día a día, nos vamos dando cuenta que tal vez aquella persona que hace 2 ó 3 años nos dijo no hagas esto, o haz aquello, tenía razón, y que lo único que le importaba era nuestro bien, no quería molestarnos ni fregar (como pensábamos en ese entonces), si no que por el contrario, quería que nos vaya bien, quería ayudar.




Hay veces en las que la vida no nos sonríe, en las que nos da la espalda, o simplemente pensamos que se muestra indiferente ante nuestra existencia, pero hay otras en las que nos va de maravilla, en las que nos sentimos felices de vivir ese momento especial, esas veces en las que pensamos que vamos a recordar ese día, esa hora, ese minuto, por el resto de nuestras vidas y que no nos cabe más alegría en el cuerpo; esas veces, esas que nos dan las ganas de seguir y esforzarse cada día más, son las veces que uno debe guardar por siempre en una cajita tan especial, tan oculta y tan a la mano a la vez, que cuando oscurezca y no veamos nada, podamos sentir que en nuestra vida habrá luz para rato.